domingo, 31 de enero de 2016

Cháchara familiera.

Cuando era chica, mis papás solían trabajar casi todo el día (lo digo en pasado, aunque ahora también siguen trabajando de esa manera), por lo que puedo decir que gran parte de mi infancia la pasé rodeada de mis tías y mis abuelas.
Aunque eso no quiere decir que no haya pasado tiempo con mis padres, o que no les importara mucho. Al contrario, habían días en los que volvían super cansados del trabajo y, en lugar de acostarse un rato a descansar, se ponían a buscar actividades para hacer conmigo y mis hermanos, y si no, igual se quedaban cerca nuestro cuidandonos.
Una de esas actividades que crearon era celebrar el cumpleaños de nuestras mascotas. Preparábamos y decorabamos una torta (con vela incluída), le poníamos a la mascota agasajada un gran bonete de cumpleaños, cantábamos el cumpleaños felíz y comíamos torta todos juntos.
Siendo sincera, ese es uno de los recuerdos más lúcidos que tengo de mi niñez: el estar toa la familia reunida pasando un buen rato junto celebrando el cumpleaños de un perro, gato, gallina o mascota cumpleañera del momento (y sí, es que siempre tuve muchas mascotas).

Hoy en día ya no hacemos eso, en parte porque ya no hay criaturas en la familia y en parte porque estamos todos lejos para hacerlo. Sin embargo, este año una de mis primas decidió retomar esa costumbre y preparó una fiesta de cumpleaños para uno de sus perros que cumplía 4 años, Tato.

El cumpleañero. Su cara es mortal!! Jajaja

Dijo que lo hizo como una excusa para que nos reunamos a tomar mates, comer torta y charlar un rato. Y aunque al principio los mates estuvieron bien, pronto el calor se hizo notar y lo abandonamos por gaseosas (y cervezas aquellos a quienes le gusta xD).

La torta. Yo moldeé el perro. Está hecho con fondant, dulce de leche, chocolate y crema. Se supone que está acostado, tirado con las patas de atrás estiradas y las de adelante debajo de la cabeza, ya que esa es la forma especial que tiene de dormir Tato.


Al final de la tarde, pude decir que la pasamos bastante bien. Comimos mucho, nos reímos de Tato y su cara de pobre infelíz cuando le pusieron su bonete, cantamos el felíz cumpleaños, sacamos fotos y pasamos una tarde un poco diferente.

Y entre todo eso pude recordar aquellos años de mi infancia, cuando corríamos atrás de los perros para ponerles un bonete, cuando ellos eran los primeros en probar su torta de cumpleaños y como, a pesar de todo el cansancio que tenían encima, mis papás se las arreglaban para hacer cosas en las que estemos juntos. Y si, es que en cierto modo, todas esas memorias hacen que sea felíz.

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